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En el transcurso
del año 2000 se recordará el centésimo segundo
aniversario del nacimiento de Federico García Lorca y los sesenta
y cuatro años de su desaparición física. Aunque
contundentes los datos se puede afirmar que el artista vive y aparece
cada día con mayor nitidez no sólo en los discursos
y notas eruditas sino también profusamente en la memoria popular.
Se dice Federico y miles de personas que no han leído con demasiada
o ninguna atención acerca de su vida o de su obra, lo conocen
y reverencian entendiendo de inmediato de quien se trata. Mucho se
ha dicho y dirá a propósito de esta figura estimada
y de su muerte injusta (nunca más acertado el calificativo)
y aquí quiero enfatizar el nacimiento del mito corporizado
en Federico, así, a secas, un mito sano y legítimo para
fortuna de la cultura. Opiniones muy respetables sostienen que el
mito es una forma atenuada de intelectualidad o una realidad fantaseada
a niveles diversos. Acepto que existen mitos despreciables ya que
su edificación se sustenta en datos tergiversados, cualidades
inexistentes y recuerdos mentirosos con los cuales se levantan pedestales
y se repiten homenajes. La memoria
colectiva que venera a Federico García Lorca tiene para ello
verdaderos fundamentos por las condiciones artísticas que
desarrolló en una obra siempre actual y profunda, adornada
con su humanidad vital, gozosa y dinámica que le conocieron
quienes lo trataron.
Muchos autores mantienen vigente el interés
de los especialistas con relación a su obra pero pocos consiguen
la atención y el cariño popular que ha logrado la
figura de García Lorca. En el recuerdo de la gente Federico
es el rostro sonriente y el artista cabal, siempre joven porque
así lo mataron. Es y será universalmente Federico,
hacedor de personajes que han conmovido a millones de personas presenciando
sus obras puestas en escena o releídas en sus libros. No
lo acompañó la suerte de Boris Pasternak, que perseguido
por la KGB soviética contó con la defensa de Stalin
o la de Ernest Jünger molestado por la gestapo y salvado por
las palabras de Hitler: "dejen tranquilo a ese habitante de
los cielos." Franco no supo defender a esta gloria de España.
Buscando encontrarme con Federico fui a Granada
en el verano español de 1999 y al llegar a la Huerta de San
Vicente reviví aquel julio del año 1936; allí
comenzó el drama que se desarrollaría en pocos días
acabando con su vida física. Esta historia es suficientemente
conocida. Puedo afirmar que recorriendo ese lugar el espíritu
de García Lorca pasea con quien sea capaz de percibirlo.
La casa que fuera su hogar granadino, blanca como la quería
el poeta, está impecablemente mantenida por el Ayuntamiento
de Granada desde el año 1995. Cerca de la puerta de acceso,
en el patio con árboles, plantas y flores, me detuve para
que Federico me precediera en el itinerario por la finca, guiándome
para mostrarme el escritorio donde escribía, el piano que
era suyo y los objetos caseros que tanto quería. Subió
la escalera ágilmente y llegando a lo que había sido
su dormitorio, siempre abierto para los visitantes, besó
los dedos de su mano derecha y la apoyó en el cuadro de la
Virgen de los Dolores. Las puertas ventanas de ese dormitorio llevan
a un balcón desde el cual se ve el exterior luminoso y la
abundante vegetación, que le hicieron decir a Federico:
"Con qué trabajo tan grande
deja la luz a Granada.
Se enreda entre los cipreses
o se esconde bajo el agua."
En la huerta de San Vicente había muchos
turistas de todo el mundo paseando emocionados por el lugar y guiados
por los recuerdos de Federico.
La fantasía me vinculó con el
mito. La imaginación del poeta y su vuelo simbólico
lo hicieron aparecer a él como actor de su propia obra ya
que en “Bodas de sangre” el leñador sentencioso
dice: la sangre que ve la luz se la bebe la tierra. Federico fue
fusilado y enterrado en su tierra, esta bebió su sangre apasionada
y lo hizo renacer como un grandioso mito popular, válido
por legítimo y de los mitos que se pueden aceptar porque
son buenos y ejemplares.
El tiempo avanza y Federico sigue con nosotros. |
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