Taller Literario  
         
     
   
 
Diario "Ámbito Financiero".
Buenos Aires, 11-09-1996
por Alberto Laiseca
 
 
 
     
V EL ESPACIO
VI EL CLIMA
VII MECÁNICA DEL TALLER LITERARIO
X POSIBLE ESQUEMA
XII POSIBLE SEGUNDO AÑO
 
       
           Cualquier desarrollo a propósito de las características del taller literario será incompleto a pesar de los esfuerzos y las pretensiones del trabajo. Ello es así porque estos talleres por sus particulares componentes y objetivos no pueden ser encerrados en un programa rígido y por el contrario la variedad espiritual, cultural y de metas condiciona dinámicamente el avance del grupo. No siempre los cambios que los talleristas obligan a hacer son del gusto del orientador pero la heterogeneidad de los participantes, el mayor o menor entusiasmo que una cuestión despierta, las ausencias o las peticiones, entre otros ingredientes que la realidad marca, irán dibujando los avances grupales. Ya que el taller tiene duración indefinida para el alumno (con uno u otro coordinador) interesa sobremanera trabajar los temas que más convengan a todos y que sean tratados con profundidad y seriedad. Si acordamos que el arte literario tiene un campo de infinitas posibilidades para experimentar, parece más adecuado fijar programas-proyectos y desarrollarlos con especificidad y disciplina en las materias o cuestiones que mejor movilicen al grupo.
     Como diré varias veces, la literatura es la única deidad de nuestra investigación y el taller literario, al servicio de ella, la tiene como motivo esencial de sus indagaciones. Parece necesario mencionar también los otros lugares donde se trabaja con la obra escrita y que son parientes directos de nuestro taller.
       
           Nuestros talleres evaden la cultura oficial o formal, carecen de academicismo y aun los más rigurosos o pautados tienen su ingrediente lúdico que los hace placenteros. Esta afirmación no debe entenderse como la apología del caos; el taller literario es contrario por su esencia creativa al desorden, indisciplina o irregularidad. Recurriré a una frase vulgar pero oportuna: para escribir hace falta un momento de inspiración y muchas horas de transpiración. Pero ocurre que los colegios y academias institucionalizadas tienen programas que deben desarrollar y agotar porque instruyen a alumnos que necesitan acumular conocimientos que les pasan sus profesores para diplomarse con un saber suficiente de aquello que será su actividad profesional y que ejercerán con métodos o procedimientos parecidos. La generalidad no existe en el taller pues el arte privilegia la individualidad, se aplaude el estilo propio, se aceptan y esperan innovaciones y se convive con la transgresión a las reglas advirtiendo al infractor que sólo él recibirá los premios o castigos por su conducta. Esa expresión de cada uno, cuando se consigue, es única e irrepetible. Por todo esto a pesar de acordarse días, horas y lugares de reunión o proponerse, por el director del grupo, consignas y temas, nunca podrá indicar cuanta belleza, metáfora o imágenes llevará el poema, ni cual será la intensidad o exacta extensión de un relato para dejar acabado un buen cuento. El tallerista buscará su estilo y muchas veces lo logrará exactamente como les ocurre a los escritores ya habituados y aún exitosos en el ejercicio de este oficio.
         
  Antecedentes históricos
   
       Rastreando someramente la historia de la actividad creativa del hombre aparecen como nítidos antecedentes de algunos de los actuales espacios de aprendizajes artísticos, los antiguos talleres artesanales donde los discípulos o pupilos eran guiados por un regente indiscutido: el maestro. Allí los concurrentes aprendían las reglas técnicas para el ejercicio de un arte u oficio que luego practicarían con fines utilitarios ya que aspiraban a vivir de la aplicación de ese saber. Muchas veces esos aprendices ya durante su preparación percibían retribuciones. Sabemos de pintores admitiendo en su lugar de trabajo a los alumnos que, tiempo mediante, comenzaban a dominar la manera de cubrir los lienzos con su propia creación. El maestro los ayudaba enseñando la técnica, esa obsesión de todo artesano o artista deseoso de ir realizando su obra, dominar los materiales y darles formas, volúmenes y sobre todo su visión personal, porque en eso reside el arte, en el desarrollo de la habilidad individual para producir objetos hermosos. Hacer, gozar y convivir con los productos de las bellas artes responde a una necesidad humana esencial, pues como se dijera en acertada síntesis: “no todo lo útil es bello, pero sí todo lo bello es útil”. (1) Muchas sociedades desaparecidas hoy sólo son recordadas por los testimonios dejados por sus artistas. “La historia del arte es la historia del hombre” ha dicho Elie Faure (2), entre otros que opinaron a propósito de arte y sociedad.
     Los maestros de aquellos talleres artesanales eran los transmisores de los conocimientos acumulados de generación en generación y los compartían con los concurrentes, con afecto, paciencia y la devoción por su oficio; ya veremos cómo eso mismo ocurre hoy en los talleres literarios.
   
Los talleristas
 
     El taller literario nació para servir a las necesidades, dudas y falencias de los talleristas que allí concurren, aún cuando finalmente sirve a la literatura.
     Es esta la oportunidad de preguntarnos:
     ¿Quiénes y cómo son estos personajes que han de provocar tantas explicaciones?
El mundo de los talleres literarios muestra la convivencia pacífica de individuos desiguales (a veces con enormes diferencias) en sus cualidades naturales, formación previa, objetivos artísticos, disciplinas personales y situaciones económicas, entre otras características. El trato con los concurrentes vinculará al regente del grupo con empleados de varias actividades, amas de casa, jubilados con tiempo y pasión para ser escritores, profesionales, empresarios y comerciantes. Algunos de los participantes viven tan atareados que a pesar del uso cuidadoso de agendas (las hay también electrónicas) tienen dificultades para concurrir a las citas y cumplir con las tareas que se le encomiende. En un taller numeroso no faltan artesanos que ofician de carpinteros, yeseros o plomeros: hay choferes de profesión y jefes o gerentes de firmas poderosas. Este detalle, incompleto, podría ser ampliado al infinito.
      ¿Preocuparán estas mezclas de personalidades tan heterogéneas?...
 
Notas de prensa
 
Tres Arroyos, miércoles 4 de noviembre de 1992 - LA VOZ DEL PUEBLO

El escritor Carlos Pensa junto a la escribana Nina De Lena, durante la visita
que efectuaran ayer a nuestra redacción.
 
II FERIA DEL LIBRO
Carlos Pensa y la importancia de los talleres literarios
 
"El taller literario es importante porque permite que la gente utilice la herramienta de la palabra y de la escritura. Lleva a hacer mejores páginas escritas, con pretensiones para muchos -y posibilidad para algunos- de ser escritores, pero con la seguridad de que todos van a escribir mejor y serán buenos lectores".

El concepto pertenece a Carlos Pensa, "periodista desde mi otra juventud" según sus propios términos y actor en la actualidad de cuentos, poesías y ensayos, obras que se constituyen en el resultado de una actividad regular y permanente, quien presidiera anoche uno de los actos de la II Feria del Libro que funciona en la Biblioteca Sarmiento, referido a "La importancia del taller literario".

Pensa consideró definiendo las cualidades necesarias para denominar a un escritor como tal que las respuestas pueden ser múltiples. "Muchas cosas pueden ser buenas en arte y otras no serlo; hay mucho de subjetivismo en ello. Es como intentar establecer qué cosa es bella", dijo al asegurar que la crítica es una buena guía para introducirse en el espectro literario y que inevitablemente cuando las personas ingresan por ejemplo a lo artístico -taller literario mediante- llegan a ser también críticos.

"El taller provoca en quien asiste al mismo la capacidad de ser crítico subjetivo, decidir por su cuenta a través de un análisis serio y razonado lo bueno y lo malo, lo que debe y no debe hacer. Yo creo que los practicantes del arte literario no se sienten tal vez muy motivados, porque están apabullados por otros medios que, a diferencia de la lectura o la escritura, son más ruidosos, poderosos y llamativos. Sin embargo, hay mucha gente interesada en la literatura y muchos escriben y lo hacen bien".

Definiendo a la Argentina como "un país de cuentistas" en lo que a la producción literaria respecta, aludió a la contaminación verbal destacando haber criticado "el mal uso de palabras que algunos llaman indebidamente malas palabras. Yo pienso que no las hay porque lo que perjudica al idioma es el uso no específico de las mismas; se ha perdido la calidad para expresarse y eso es grave porque el idioma tiene connotaciones muy importantes como la capacidad de expresar sentimientos, ideas y afectos. Pero esto pasa en nuestro país, en Inglaterra, Francia o Italia, porque el vértigo de la vida moderna ha hecho que se pierda paulatinamente el placer por las cosas cotidianas, quizá porque vivimos en una sociedad en la que todo el mundo cree estar esperando la oportunidad para dar el gran paso y ello es consecuencia del consumismo".
 
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